Textos de Gramsci

miércoles, 21 de mayo de 2008
Enviado por mi sobrina - 21/05/2008


Estas palabras fueron enviadas a mi mail por mi sobrina mayor, aunque algo de Gramsci había leído en la facultad, volví a recordarlas.

Texto del mail:

"Vi el texto de Gramsci por los pasillos de la facultad, y me pareció que valía la pena tenerlo presente. Esto que mando es una mezcla de varias traducciones que encontré, y algunas modificaciones personales que me permití hacerle. Espero que los deje pensando como a mí..."

Odio a los indiferentes. Creo que vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y partidario. Indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso, odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador y la materia inerte en la cual frecuentemente se ahogan los entusiasmos más esplendorosos. La indiferencia opera poderosamente en la historia. Opera pasivamente, pero opera.

Es la fatalidad, es aquello con lo que no se puede contar, aquello que confunde los programas, que destruye los planes mejor construidos. Es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la sofoca. Lo que ocurre, el mal que se abate sobre todos, no se debe tanto a la iniciativa de los pocos que actúan, como a la indiferencia de muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunos lo quieran, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja de hacer, deja promulgar leyes, deja subir al poder a hombres que después solo una sublevación podrá derrumbar. Los destinos de una época son manipulados de acuerdo con visiones restrictas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de hombres lo ignora, porque no se preocupa.

Algunos lloriquean piadosamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, ¿habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lamento de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por casualidad, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y el compromiso de unos pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.


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