domingo, 5 de agosto de 2007
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COLOMBIA - más de mil kilómetros a pie por la vida de su hijo
(Informe especial desde Bogotá de Camilo Gómez*)
Gustavo “el Profe” Moncayo, tras caminar 1.168 kilómetros desde su pueblo Sandoná llegó a Bogotá para reclamarle al presidente de la Nación negocie la liberación de su hijo retenido por las FARC hace más de 10 años. Su entrada a la ciudad dio inicio a un debate con el presidente de la nación en plena plaza Bolívar. Alvaro Uribe fue increpado por miles de personas como “asesino” y “vende tierras”.
La Plaza de Simón Bolívar. Mediodía. Sol radiante. No cualquiera accede al lugar, previamente, hay que pasar por un riguroso cacheo militar. Infinidad de palomas revolotean en derredor. Muchas personas, tras pasar el control, se amontonan frente a un hecho verdaderamente insólito e histórico.
1.168 kilómetros uniendo su pueblo, Sandoná, con Bogotá en 46 días caminó Gustavo Moncayo, “el Profesor” hombre de 52 años. Pidió al presidente por la liberación de su hijo, cabo secuestrado hace 10 años por las FARC, del cual según sabe, continúan encarcelado en los montes.
Semejante hazaña trastocó la rutina de la Capital, al punto que nada es igual luego de su llegada.
Se acercan, agradecen y piden autógrafos, los vecinos bogotanos aluden a su gloria en la llegada, fama eludida por Moncayo que sólo camina pidiendo la por la libertad de su hijo del cual según sabe, permanece en el monte cautivo junto a otros.
El pedido lo hizo en persona, ante miles de cámaras, micrófonos, colombianos y extranjeros, al mismísimo presidente de Colombia, Álvaro Uribe. “El caminante de la Paz”, como lo llaman, se ubicó ante la autoridad máxima de su país e hizo el descargo que duró en debate dos interminables horas.
El mandatario allí parado sobre una pequeña tarima, cubierto de diez firmes guardaespaldas y abajo, el Profesor. Entre ambos las azoteas de los edificios. Sobre los techos y entre los campanarios de la catedral, en la gran plaza panorámica las siluetas militares, completan el cuadro de francotiradores, con binoculares y radios, alertas, vigilantes controlan el clima que pretende el encuentro de dos dioses, de la Guerra y la Democracia en discusión.
Y expectante también Simón. El monumento de Simón Bolívar pensante, en el centro del lugar es testigo simbólico y claro del acto histórico que es el encuentro.
El debate se prolonga durante dos horas. El Presidente y el maestro, que reclama la libertad de su hijo, frente a frente, discutiendo.
Recostado sobre un gastado bastón y cubierto, de ampollas y ropa gastada “El Profe” rodeó su cuello de cadenas y prometió al Presidente no moverse de la plaza hasta que el Gobierno intente liberar a su hijo.
No por medio de la guerra, aclara, pues costó miles de vidas, sino por medio de un diálogo de paz. Le pide a Uribe que intente un intercambio humanitario y que inicie conversaciones con la guerrilla, concretamente.
Para ello, lo que el mandatario debe hacer es cumplir con lo solicitado por las FARC para liberar a los cautivos: Despejar el territorio de Pradera y Florida, por 45 días. “Llevamos ya 10 años y no hemos logrado nada, Ud. Presidente con su mismo discurso, lo mismo que las FARC. Y nada. Mientras, nuestros seres queridos se pudren en la selva”, descaró Moncayo.
Pero repuso un Uribe intransigente y dijo “nosotros no entregaremos un metro cuadrado de territorio. No permitiremos que el terrorismo venza a la democracia” y propuso un diálogo de paz, por 90 días, pero para ello, exige a los rebeldes la liberación de los secuestrados como primer paso.
Un pedido que difícilmente prospere, porque los secuestradores, como elemento de presión, necesitan a los secuestrados.
Y la plaza se enardeció. Los presentes insultan a su Presidente. “Uribe Paramilitar”, “Uribe Asesino”, “vos metiste en el país a los Gringos”. La reacción del Presidente no se hace esperar “bien pueda el que me dice asesino, venga y dígamelo aquí de frente. Venga a practicar la democracia” reclamó.
Acto seguido, el mandatario se dedica a exponer cifras alentadoras sobre su gobierno. Las mismas, aseguran que bajaron los secuestros, los asesinatos, y las extorsiones. Que el campo creció, dice.
Pero la voz del público dice “¡mentiras!”, “¡Dejen de vender tierras a los extranjeros!”, “¡Por qué no manda Ud. sus hijos a la guerra!” pregunta.
Y el acto llega a su fin. “El Profe”, cansado, se aleja al resguardo de una improvisada carpa montada en la plaza, su nuevo hogar hasta quien sabe cuando.
Uribe propuso otro debate para dentro de una semana, allí mismo, pero exige a los presentes, que en lugar de insultarlo, vengan con propuestas concretas “espero que Uds. al insultarme, no estén alentando, también, el triunfo de la guerrilla” y se retira.
Rodeado de guardaespaldas y de cámaras de televisión que lo siguen frenéticas. Otras vuelven a “El Profe”, que en la carpa recibe curaciones en sus pies. “Las heridas de mis pies duelen pero sanarán- dice- las que tengo en el alma demorarán mas tiempo”. Nadie se lo niega.
La plaza se vacía. Algunos discuten aún rozando la violencia. Otros oyen repercusiones en la radio. Siempre se busca repercusiones luego. Los militares siguen vigilando celosamente arriba en los techos, palpando a los que buscan repercusiones abajo.
En tanto muchos aún muestran fotos de sus seres queridos que permanecen secuestrados en algún lugar de la selva. Se quejan de las FARC y del pero también de su gobierno, como lo mismo, dicen.
Camilo Gómez/Redacción: momarandu.com.
(Informe especial desde Bogotá de Camilo Gómez*)
Gustavo “el Profe” Moncayo, tras caminar 1.168 kilómetros desde su pueblo Sandoná llegó a Bogotá para reclamarle al presidente de la Nación negocie la liberación de su hijo retenido por las FARC hace más de 10 años. Su entrada a la ciudad dio inicio a un debate con el presidente de la nación en plena plaza Bolívar. Alvaro Uribe fue increpado por miles de personas como “asesino” y “vende tierras”.
La Plaza de Simón Bolívar. Mediodía. Sol radiante. No cualquiera accede al lugar, previamente, hay que pasar por un riguroso cacheo militar. Infinidad de palomas revolotean en derredor. Muchas personas, tras pasar el control, se amontonan frente a un hecho verdaderamente insólito e histórico.
1.168 kilómetros uniendo su pueblo, Sandoná, con Bogotá en 46 días caminó Gustavo Moncayo, “el Profesor” hombre de 52 años. Pidió al presidente por la liberación de su hijo, cabo secuestrado hace 10 años por las FARC, del cual según sabe, continúan encarcelado en los montes.
Semejante hazaña trastocó la rutina de la Capital, al punto que nada es igual luego de su llegada.
Se acercan, agradecen y piden autógrafos, los vecinos bogotanos aluden a su gloria en la llegada, fama eludida por Moncayo que sólo camina pidiendo la por la libertad de su hijo del cual según sabe, permanece en el monte cautivo junto a otros.
El pedido lo hizo en persona, ante miles de cámaras, micrófonos, colombianos y extranjeros, al mismísimo presidente de Colombia, Álvaro Uribe. “El caminante de la Paz”, como lo llaman, se ubicó ante la autoridad máxima de su país e hizo el descargo que duró en debate dos interminables horas.
El mandatario allí parado sobre una pequeña tarima, cubierto de diez firmes guardaespaldas y abajo, el Profesor. Entre ambos las azoteas de los edificios. Sobre los techos y entre los campanarios de la catedral, en la gran plaza panorámica las siluetas militares, completan el cuadro de francotiradores, con binoculares y radios, alertas, vigilantes controlan el clima que pretende el encuentro de dos dioses, de la Guerra y la Democracia en discusión.
Y expectante también Simón. El monumento de Simón Bolívar pensante, en el centro del lugar es testigo simbólico y claro del acto histórico que es el encuentro.
El debate se prolonga durante dos horas. El Presidente y el maestro, que reclama la libertad de su hijo, frente a frente, discutiendo.
Recostado sobre un gastado bastón y cubierto, de ampollas y ropa gastada “El Profe” rodeó su cuello de cadenas y prometió al Presidente no moverse de la plaza hasta que el Gobierno intente liberar a su hijo.
No por medio de la guerra, aclara, pues costó miles de vidas, sino por medio de un diálogo de paz. Le pide a Uribe que intente un intercambio humanitario y que inicie conversaciones con la guerrilla, concretamente.
Para ello, lo que el mandatario debe hacer es cumplir con lo solicitado por las FARC para liberar a los cautivos: Despejar el territorio de Pradera y Florida, por 45 días. “Llevamos ya 10 años y no hemos logrado nada, Ud. Presidente con su mismo discurso, lo mismo que las FARC. Y nada. Mientras, nuestros seres queridos se pudren en la selva”, descaró Moncayo.
Pero repuso un Uribe intransigente y dijo “nosotros no entregaremos un metro cuadrado de territorio. No permitiremos que el terrorismo venza a la democracia” y propuso un diálogo de paz, por 90 días, pero para ello, exige a los rebeldes la liberación de los secuestrados como primer paso.
Un pedido que difícilmente prospere, porque los secuestradores, como elemento de presión, necesitan a los secuestrados.
Y la plaza se enardeció. Los presentes insultan a su Presidente. “Uribe Paramilitar”, “Uribe Asesino”, “vos metiste en el país a los Gringos”. La reacción del Presidente no se hace esperar “bien pueda el que me dice asesino, venga y dígamelo aquí de frente. Venga a practicar la democracia” reclamó.
Acto seguido, el mandatario se dedica a exponer cifras alentadoras sobre su gobierno. Las mismas, aseguran que bajaron los secuestros, los asesinatos, y las extorsiones. Que el campo creció, dice.
Pero la voz del público dice “¡mentiras!”, “¡Dejen de vender tierras a los extranjeros!”, “¡Por qué no manda Ud. sus hijos a la guerra!” pregunta.
Y el acto llega a su fin. “El Profe”, cansado, se aleja al resguardo de una improvisada carpa montada en la plaza, su nuevo hogar hasta quien sabe cuando.
Uribe propuso otro debate para dentro de una semana, allí mismo, pero exige a los presentes, que en lugar de insultarlo, vengan con propuestas concretas “espero que Uds. al insultarme, no estén alentando, también, el triunfo de la guerrilla” y se retira.
Rodeado de guardaespaldas y de cámaras de televisión que lo siguen frenéticas. Otras vuelven a “El Profe”, que en la carpa recibe curaciones en sus pies. “Las heridas de mis pies duelen pero sanarán- dice- las que tengo en el alma demorarán mas tiempo”. Nadie se lo niega.
La plaza se vacía. Algunos discuten aún rozando la violencia. Otros oyen repercusiones en la radio. Siempre se busca repercusiones luego. Los militares siguen vigilando celosamente arriba en los techos, palpando a los que buscan repercusiones abajo.
En tanto muchos aún muestran fotos de sus seres queridos que permanecen secuestrados en algún lugar de la selva. Se quejan de las FARC y del pero también de su gobierno, como lo mismo, dicen.
Camilo Gómez/Redacción: momarandu.com.
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